[Lee aquí los capítulos anteriores] No sé si el término está bien expresado, si lo del sábado fue una toma de posesión, nombramiento de alcalde, juramento, o realmente qué fue. Acudí, con el ánimo de integrarme en todo lo concierne a mi ciudad, y me agradó.

Como no podía ser de otra forma, mi sitio estaba en el público, sentado en una fila intermedia, rodeado de ciudadanos que hacían su análisis político particular palpando el respirar de la ciudad.

El problema es que tenía a un experto en política de a pie de calle, no diré el partido, aunque dado que no era de la mayoría podemos suponer lo que dijo y pensó en voz alta.

Me sorprendió la calificación que realizó de todos los que no pensaban como él, paletos indocumentados que habían votado a una pandilla de niñatos que solo sabían consumir cocaína, montar juergas y llenarse los bolsillos.



Sinceramente no sé el señor de dónde sacaba la información, pero era algo tan ridículo que me hizo gracia. Todo el acto lo siguió del mismo modo. Un acto que, a mí, me pareció digno, solemne, elegante y conciliador.

Solo eché de menos algo que ocurrió hace muchos años en otra ciudad. Allí ganó por mayoría el representante de una formación política, y a la hora de votar a quien debía presidir el consistorio, todos votaron al que sabían que saldría.

Solo en esa ocasión, como muestra de que reconocían que había ganado las elecciones, nadie se voto a sí mismo, todos votaron al mismo, y solo había un voto a favor del que sería el jefe de la oposición, que era del que sería nombrado alcalde.

La caballerosidad, el gesto, la elegancia me parecieron de otra época, pero quedo bien, no fue un acto con demasiado público, y nadie le dio publicidad, pero fue un gesto que para mi tenía importancia. En este no ocurrió eso, al parecer es lo normal votarse a sí mismo, aunque solo se tenga un voto.

En fin, un acto del que solo mi vecino de asiento me desagradó (y eso que creo que votó igual que yo). Pero, a decir verdad, tampoco me gustó la actitud de un grupo que tenía delante, personas a las que supuse cierta educación y que emitieron varios insultos groseros y fuera de lugar, y que en absoluto deslucieron el acto.

Ahora me siento más parte de una ciudad a la que le voy tomando el pulso, y que, a pesar de sus defectos, la veo con muchísimas cosas positivas que la siguen haciendo interesante.